Por: Cecilia Nicolini

La economía colaborativa se fortalece como una nueva forma de intercambio en distintos ámbitos. Cuáles son los factores que contribuyeron a su crecimiento y cómo puede contribuir al desarrollo.

El Instituto para la Integración de América Latina y el Caribe (INTAL) viene profundizando el estado de conocimiento sobre el cambio tecnológico, el comercio mundial y las nuevas formas de integración. En ediciones anteriores se analizaron los impactos de la revolución tecnológica en general sobre el comercio, los servicios basados en las tecnologías de la información y las comunicaciones, la fabricación digital, la bioeconomía, el big data y la nanotecnología.

Abordaremos en este caso el desarrollo de herramientas de economía colaborativa y se dejarán planteadas las principales oportunidades y desafíos para la inserción internacional de América Latina y el Caribe (ALC).

“La economía colaborativa es un movimiento con un impacto similar a la aparición de internet” asegura Shervin Pishevar, experto en capital de riesgo y entusiasta inversor en startups tecnológicas. Como la mayor parte de las revoluciones económicas, sociales y hasta políticas que presenciamos en estos últimos años, hay un factor inherente a todas ellas que hace que impacten de forma radical e inminente: la tecnología. Pero también hay otros factores que lo refuerzan: el bajo crecimiento económico a nivel global en los últimos años y un nuevo nivel de conciencia sobre el impacto del cambio climático.

Si miramos el corazón tecnológico de este nuevo paradigma de intercambio, lo que vemos es como las nuevas tecnologías han producido una nueva modalidad de reducción de los costos del comercio y de acceso a la información necesaria para comerciar. La revolución de la información y las comunicaciones ha permitido que los mercados se extiendan, que las personas puedan explorar muchas alternativas, y que la velocidad de las transacciones aumente. Esto lo ha venido logrando ya el e-trade, con todas sus consecuencias en términos de extensión de mercados que nos lleva a un mundo más integrado. ¿Qué es lo nuevo de la economía colaborativa? Lo nuevo es que ha permitido generar oferta y demanda de bienes que antes no circulaban, o lo hacían en muy poco grado. Esto se da además en modalidades que permiten un mayor acercamiento personal entre los contratantes, y permite vías de ahorro de recursos que reducen de forma dramática los impactos sobre el medio ambiente y también otros costos.

Con estas nuevas formas de intercambio, se reduce la necesidad de disponer permanentemente de ciertos bienes, sobre todo algunos durables. ¿Para qué comprar un automóvil, si hay una plataforma que me permite acceder al transporte más rápidamente y a un costo menor? La posesión de ciertos bienes pierde importancia frente a la posibilidad de acceder al uso de ellos, respaldados en la idea de un comercio más barato, más eficiente y mucho más sostenible. Como todo cambio disruptivo que amenaza a un modelo establecido, hay críticas pero también preocupaciones legítimas como la regulación de estos nuevos modelos de negocio o la protección de los trabajadores.

En América Latina y el Caribe esta revolución económica puede ser el impulso definitivo para innovar en sus sectores productivos y para generar algunos nuevos tipos de exportaciones, sobre todo en el sector servicios. Tenemos una población joven que abraza a la tecnología sin recelos, un modelo productivo que necesita ser más eficiente y competitivo a la vez que responsable con la utilización de sus recursos y una cultura donde compartir se encuentra en el eje de nuestras relaciones familiares y sociales. La regulación por parte de los gobiernos, sobre todo locales, y una mayor integración regional serán las claves para aprovechar esta nueva oleada.

 

DEL “ERES LO QUE TIENES” AL “ERES LOS QUE COMPARTES”

Compartir es un fenómeno tan viejo como la humanidad, mientras que el consumo y la economía colaborativa son fenómenos que han nacido en la era de internet (BELK, 2013). Lo novedoso radica en la magnitud de bienes y servicios que pueden ser intercambiados en un menor tiempo, con menos costo e incluso entre extraños.

El término sharing economy que aquí entenderemos como economía colaborativa, tiene un significado un poco difuso y puede abarcar una gran variedad de actividades (RICHARDSON 2015). Según Thomas (THOMAS, 2015) fue mencionado por primera vez en 2008 aludiendo a un modo de consumo colaborativo a través de actividades como compartir, intercambiar o alquilar recursos sin necesidad de transferir posesión. Autores como Stephany sugieren que la economía colaborativa se basa en la posibilidad de tomar bienes que están siendo subutilizados y ponerlos a disposición de la comunidad a través de la red, lo que nos lleva a reducir la necesidad de propiedad (RICHARDSON 2015).

Hay dos denominadores comunes que hacen posible la economía colaborativa y que son según BELK (2013) en primer lugar acceder a los bienes y servicios de forma temporaria sin transferir la propiedad y, en segundo lugar, contar con Internet como base para la realización de estas transacciones especialmente con el desarrollo de Internet 2.0 y la gran difusión de tecnologías móviles. Como modelo, la economía colaborativa podemos distinguirla por estos pilares (PWC 2014):

 

Plataformas Digitales

Los intercambios de bienes y servicios se apoyan en plataformas conectadas a la red que permite una conexión en tiempo real uniendo la disposición de bienes y servicios con las demandas de los consumidores. Por ejemplo: Airbnb permite conectar a viajeros con propietarios en busca de habitaciones o casas;  o los conductores de UBER a través de un click pueden pasar a buscarnos y llevarnos a donde necesitemos en cuestión de minutos.

 

Acceso vs propiedad

La posibilidad de acceder a un bien o servicio contempla una variedad de posibilidades más centradas en el uso que en la posesión. Gracias a este cambio de hábito, pasamos de la posesión a la accesibilidad (ROMERO Y GARCÍA 2015) dando la oportunidad a muchas personas a disfrutar de experiencias que antes hubieran sido imposible por su alto coste y poniendo a disposición bienes que pueden utilizarse de manera más eficiente.

 

Consumo colaborativo y en comunidad

La idea de pertenecer a una comunidad y generar valor en ambos lados de la transacción da pie a una forma de consumo más sostenible y cercana. Hay una intimidad entre quienes ofrecen un servicio y quienes lo disfrutan y sus acciones impactan directamente en ambos. El sistema de carpooling the BLA BLA CAR por ejemplo o el mercado de compra-venta de bienes usados como Wallapop. Además, el principal valor agregado de esta nueva tendencia a la colaboración, además de ganancias económicas, es la producción y el desarrollo de conocimiento, ya que al ser compartido puede tomarse como punto de partida para iniciar nuevos modelos de negocio (ROMERO Y GARCÍA 2015).

 

La confianza como base del éxito

El desarrollo tecnológico va dando lugar a una nueva modalidad de economía donde se comparten e intercambian bienes y servicios a través de plataformas digitales con un sistema de marketing imbatible: la reputación y la confianza de los consumidores. Sin la recomendación de otros viajeros sería imposible alojarse en la casa de un extraño o subir a tu coche a personas desconocidas para realizar un trayecto de una jornada entera. Circula más información en el mercado, lo cual mejora su eficiencia para asignar recursos y satisfacer necesidades.

 

¿POR QUÉ AHORA?

La idea de compartir sin necesidad de poseer y de poner a disposición bienes que no están siendo utilizados de forma óptima ha sido impulsada también en los últimos años por el bajo crecimiento de la economía y la consecuente búsqueda de opciones más baratas para servicios imprescindibles. Estas nuevas modalidades también atenúan los desequilibrios de inequidad que se han creado. Las modalidades dominantes de consumo llevan en realidad a generar una brecha de desigualdad donde conviven, de un lado, el hipercosumo y el despilfarro y, de otro,  la falta de satisfacciones de necesidades básicas, la precariedad.

La creatividad se pone al servicio de la necesidad y “el consumo colaborativo o participativo puede suponer un comportamiento resiliente frente a la actual situación económica y financiera, y puede ofrecer respuestas a las incertidumbres presentes. Puede representar una oportunidad para retomar la senda de un desarrollo sostenible en lo económico, humano en lo social, y armónico con el planeta en lo medioambiental” agrega el informe de la Comisión Europea.

De esta manera, miles de personas han encontrado en plataformas como Airbnb o Uber una salida al desempleo o un complemento salarial, alquilando una habitación de su casa o utilizando unas horas de ocio para conseguir un ingreso extra al volante. También han utilizado plataformas como Wallapop o eBay para vender cosas que ya no usan o de las que prefieren desprenderse.

La preocupación por los efectos negativos del cambio climático en nuestro planeta también ha sido un factor fundamental. Es claro que los niveles de producción y consumo actuales en algunos países no son sostenibles ni compatibles con la idea de mayor equidad y accesibilidad a los recursos de toda la población. Si las proyecciones para 2025 es que seamos más de 9 mil millones de habitantes, habrá que cambiar radicalmente nuestra forma de consumir.

Y el tercer factor y quizás el más determinante es la tecnología, que ha sido implacable a la hora de proponer nuevas reglas de juego modificando en forma transversal una gran cantidad de actividades donde se experimentan procesos de adaptación a la nueva realidad.

Carlos Blanco, un conocido emprendedor español, cree que “esta forma diferente de consumir es una consecuencia de la digitalización, pero también una réplica frente a los abusos en los precios, el mal servicio y la mala regulación. Es un caballo de Troya dentro de un sistema que fomenta que en el planeta haya objetos valorados en 533.000 millones de dólares que no se utilizan” (GARCÍA VEGA, 2014).

El 40% de los alimentos del planeta se desperdicia; los coches particulares pasan el 95% de su tiempo parados; en Estados Unidos hay 80 millones de taladradoras cuyos dueños solo las usan 13 minutos de media, y un motorista inglés malgasta 2.549 horas de su vida circulando por las calles en busca de aparcamiento (GARCÍA VEGA, 2014). Es decir, estamos frente a enormes desperdicios que las nuevas tecnologías pueden contribuir a atenuar.

La tecnología no es el nuevo modelo, sino es la responsable de un cambio de paradigma innovador que empodera individuos, crea valor económico, social y medioambiental y permite prácticas de colaboración que son aspectos fundamentales de la naturaleza humana permitiendo una utilización más eficiente de los recursos. (MARTIN 2015)

Un informe de la consultora PWC (2014) proyecta que la economía colaborativa tiene un potencial de pasar a representar de los 15 mil millones de dólares de ingresos actuales a alrededor de 335 mil millones para el año 2025. Y es que prácticamente todas las industrias se han visto revolucionadas por esta nueva práctica económica. La hostelería –con Airbnb, CouchSurfing o Homeaway – el transporte – con Uber, Lyft, Bla Bla Car y los sistemas de BikeSharing– la industria del entretenimiento y los medios con las redes sociales – con Netflix, Amazon Library o Spotify y hasta el sector bancario con nuevos modelos de micro-financiación a través de plataformas de crowfunding o incluso nuevos medios de pago.

 

COSTOS DE LA TRANSICIÓN

Como en toda revolución, hay ganadores y perdedores, defensores y detractores ante una nueva situación que muchos disfrutan, pocos ignoran pero dada la velocidad en la que se desarrolla genera mucho vértigo. A pesar de la proyección económica positiva que hace PWC, aún existe poca literatura que pueda efectivamente medir el impacto real que esta transformación está teniendo en todos los sectores de la economía.

Para algunos autores, la economía colaborativa es un remedio a una cultura marcada por el hiperconsumismo y el derroche (SHOR en RICHARDSON, 2015), una forma de promover el consumo responsable como un nuevo camino a la sostenibilidad  (MARTIN 2015). También una manera para promover mayor equidad en la distribución de los recursos al reducir la barrera de acceso: es más barato ahora ya que solo pago por acceder al uso de un bien o un servicio y no por poseerlo. (BOTSMAN AND ROGERS, 2010).

Sin embargo, otros autores enfatizan como algunas plataformas colaborativas, principalmente aquellas que más están impactando como Uber o Airbnb, son criticadas por transferir el riesgo a los consumidores, crear competencia desleal, establecer mercados paralelos o de dudosa legalidad e incluso promover la evasión de impuestos (MARTIN 2015).

Lo que muchos identifican que está provocando esta dicotomía y enfrentamiento que en algunas ciudades se ha traducido incluso en escenas de violencia (enfrentamiento entre taxistas y conductores de Uber por ejemplo) es la falta de regulación y la lentitud con que los gobiernos han reaccionado a este nuevo fenómeno.

Un artículo de Harvard Business Review reconoce que hay un interés mutuo en estas empresas y los gobiernos (sobre todo locales) y en general están alineados, pero fracasan en ponerse de acuerdo como van a regular estos nuevos mercados (CANNON Y SUMMERS, 2014). La clave, para los autores de este artículo, radica en el alineamiento de empresas y gobiernos para establecer una regulación innovadora y flexible que permita el desarrollo y crecimiento de este nuevo modelo (aún en algunos casos algo incierto) pero que a su vez proteja a quienes se encuentran dentro de él y de una salida a quienes quedan fuera de juego.

Pero además, los autores exhortan a las empresas a colaborar en estas nuevas regulaciones (tanto los ganadores –las nuevas plataformas- como los perdedores – las uniones de taxis por ejemplo) dándoles sendos consejos como ser proactivo, abrir canales de diálogo, compartir datos o utilizar la investigación y buenas prácticas en otros países y ciudades. “Es fácil culpar a los gobiernos por los problemas en sus negocios, pero es aún más difícil eludir problemas de regulación y hacer que su negocio sea exitoso” (CANNON y SUMMERS, 2014).

Hay muchos casos donde los gobiernos locales han enfrentado los problemas de estos nuevos negocios con leyes innovadoras. En Amsterdam Airbnb se ha convertido en un aliado fiscal, regulando su operación en términos de seguridad y competencia con los hoteles tradicionales (topes a la cantidad de días al año que se puede ofrecer una habitación) e identificando a los ciudadanos que se benefician con esta iniciativa para que paguen sus impuestos por estas ganancias extra. En otras ocasiones, han sido los gobiernos locales quienes han lanzado iniciativas de economía colaborativa. Las más reconocidas son las que ayudan a descongestionar las ciudades a la vez que reducen la contaminación del aire con sistemas de transporte de bicicletas.

 

MÁS HERRAMIENTAS PARA COMPARTIR EN AMÉRICA LATINA Y EL CARIBE

América Latina podría haber sido el epicentro de esta nueva tendencia económica. Compartir está en nuestro ADN, tenemos conciencia de los efectos del cambio climático y la necesidad de cuidar nuestros recursos naturales y nuestra población es mayoritariamente milennial, nuestros jóvenes son nativos digitales. Sin embargo, aún carecemos de buenas políticas que promuevan el desarrollo de estas plataformas, que regulen la actividad económica de las mismas, un sistema financiero transparente y ágil que permita mayores transacciones a nivel internacional y por supuesto una mayor integración regional en nuestros países y así fortalecer nuestros mercados y volvernos más competitivos.

La agenda de actividades colaborativas que podrían tener un gran impacto en el desarrollo y mejoramiento de sectores que contribuyan a expandir y diversificar las exportaciones de la región está por escribirse. La mayoría de los gobiernos de la región ha ido atrás del fenómeno, con propuestas reactivas antes situaciones creadas en la prestación de servicios internos, particularmente en el transporte. Pero el aprovechamiento de estos esquemas, por ejemplo, en la industria turística y en la promoción del uso sostenible de recursos de la región está apenas comenzando.

Según Pérez Garrido en un informe sobre Economía Colaborativa en América Latina (BID, 2016) “la Economía Colaborativa presenta enormes oportunidades para las economías en desarrollo, desde el punto de vista de optimización de recursos, generación de empleo, y generalización y maduración del uso de tecnologías más ligadas al contexto socioeconómico real que a una globalización forzada”.

Según este mismo informe, la cantidad de iniciativas relacionadas con la Economía Colaborativa se encuentran concentradas en pocos países, liderados por Brasil (32%), y seguidos por Argentina (13%), México (13%) y Perú (11%).  “Se trata de un ecosistema muy joven, la gran mayoría de las iniciativas han sido creadas en los últimos 5 años. La rapidez en la adopción de tecnologías durante estos últimos años y la popularización de las plataformas para estructurar relaciones tradicionales de intercambio suponen una importante plataforma de lanzamiento para estas iniciativas, generándose múltiples alternativas a medida que van surgiendo ejemplos reales y vialidades de este tipo de iniciativas” (BID 2016).

En la actualidad conviven en la región algunas plataformas e iniciativas desarrolladas en el exterior, como así también otras que han sido creadas en la región. Las plataformas internacionales más conocidas y utilizadas son Uber, Airbnb, eBay, Bla Bla Car, Cabify, Wallapop, KickStarter o Homeaway (Ouishare.com) y por el tamaño del mercado al que acceden su crecimiento ha sido exponencial en los últimos años.

Las iniciativas creadas en la región son aún más modestas pero tienen un potencial enorme. Algunas en Brasil relacionadas con la hostelería como Vayable, el transporte con EasyTaxi, o en el mundo Fintech destinadas a incursionar en el sector financiero como Tutanda.com o TuVakita. Otros emprendimientos en el sector de los medios y el entretenimiento guardan además un factor altruista que en muchos casos es la base o el impulso que da a estos emprendedores. Es el caso de Linguoo, una plataforma creada por Emanuel Vilte un informático argentino que empezó con la idea de crear una app que permitiera a los ciegos acceder a contenidos en internet, pero que tiene el potencial de convertirse en la radio del futuro. Hoy tiene más de 25.000 usuarios en más de 88 países y un crecimiento anual del 24%. Recientemente ganó el 2º premio en la competición IN-TALENT organizada por el INTAL para impulsar el reconocimiento a los emprendimiento creativos e innovadores de la región.

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Emanuel Vilte premiado por la revista MIT Technology Review en español como Innovador Menor de 35 años en el año 2015.

Credito: MIT Technology Review en español

Pero aún son pocas las iniciativas de éxito que logran despegar e impactar en la economía de sus países o de la región. Hace falta crear políticas inteligentes que por un lado regulen este nuevo modelo económico pero con una flexibilidad tal que le permita crecer y orientarse hacia donde exista necesidad. Existen prácticas exitosas en la que podemos inspirarnos, sin embargo será necesario consultar a las empresas, universidades, gobiernos, sindicatos, emprendedores y demás actores del ecosistema los desafíos a los que se enfrentan y las oportunidades que encuentran frente a ellos.

A continuación enumeramos algunos  factores en los que habrá que hacer especial esfuerzo para lograr un verdadero despegue de las plataformas locales:

  • Generar confianza en el mercado: los clientes/usuarios participan en estos nuevos modelos de negocio de forma muy tímida, a veces por falta de confianza otras por falta de conocimiento. Las historias de éxito, la promoción conjunta entre servicios y sector público (por ejemplo en los casos que un servicio mejore la convivencia ciudadana como puede ser el transporte o la seguridad) son herramientas interesantes.
  • Legislar con inteligencia: ni bloquear la entrada de nuevos actores económicos ni dejar vacíos legales que fomenten los mercados paralelos o el abuso laboral. Desarrollar políticas conjuntas que garanticen una transición progresiva a nuevas formas de consumo y producción generando nuevas oportunidades para la integración de trabajadores al sistema, con garantías y derechos, como así también de viejas industrias/empresas que busquen modernizarse.
  • Colaboración fiscal: Entre gobierno y las nuevas plataformas para garantizar una convivencia pacífica en torno a la seguridad de los servicios que brindan y las obligaciones fiscales de estos nuevos contribuyentes. La economía colaborativa debe ser colaborativa en todos los frentes.
  • Protección y apertura: Garantizar la inversión en investigación y desarrollo con nuevas patentes pero a la vez ofrecer a emprendedores y nuevas empresas datos e investigación con la que puedan desarrollar y crear alternativas al consumo y disfrute de bienes. Por ejemplo ofrecer datos sobre consumo de agua o electricidad para idear alternativas de consumo, producción y distribución más eficientes.
  • Seguridad Jurídica y Física: Por un lado jurídica para contar con el respaldo de la justicia que garantice el cumplimiento de los contratos y así impulsar la inversión. Existen aún vacíos legales importantes que regulen las nuevas formas de consumo e intercambio de bienes y servicios. Y por el otro, trabajar aún más por la seguridad de las personas. Hay que notar que la alta tasa de inseguridad en algunas partes de la región dificultan que algunas iniciativas puedan triunfar simplemente por miedo al contacto con desconocidos (ejemplo Bla Bla Car o sistemas de CarPooling en general).
  • Integración Financiera y Bancaria: El crecimiento exponencial de la economía colaborativa se debe en parte a la rapidez y simplicidad con que se puede realizar una transacción financiera a través de plataformas digitales. No solo a través de los tradicionales métodos de pago sino también con nuevas aplicaciones, formas de financiación y medios de pago. Sin una mayor integración e impulso a las nuevas tecnologías financieras (FinTech) será difícil su evolución. Este puede ser un elemento de dificultad en la región.
  • Acceso a internet y educación: Se ha avanzado mucho pero en los últimos años ha habido un estancamiento en la penetración digital y un retroceso en la calidad educativa. Necesitamos una población preparada, calificada y conectada para que utilice toda la creatividad que posee al servicio de la creación de nuevas formas de producción y consumo, más sostenibles, que generen impacto y que le permitan a nuestra región de una vez por todas solucionar los problemas gravísimos de inequidad y pobreza.
  • Una agenda de proyección externa: Los países de la región deberían avanzar en la promoción de esquemas colaborativos que tengan repercusión sobre las exportaciones. Por ejemplo, pequeñas y medianas empresas podrían poner en común y colaborar para acceder recursos estratégicos que les permitan acceder a nuevos mercados: plataformas de venta; reducción de costos de transporte realizando actividades logísticas de manera colaborativa; compras públicas que trasciendan fronteras y buscan escalas para reducir precios; empleo transversal de herramientas de big data para potenciar la inteligencia comercial; fomento de instancias colaborativas público-público para optimizar instituciones de comercio exterior que operan de modo desarticulado y con yuxtaposición de tareas. El impacto sobre las cadenas globales de valor también está por estudiarse, pero en cualquier caso implica considerar estos aspectos, como así también sofisticar el esfuerzo estadístico para medir de modo adecuado el de por sí incompleto panorama del sector servicios en el panorama internacional.

 

CONCLUSIÓN

Los cambios disruptivos nos hacen sentirnos fuertes y vulnerables a la vez. Como sociedad, podemos ver claramente los beneficios que la economía colaborativa trae consigo, pero a su vez lo frágiles que son los cimientos donde se crean. Necesitamos  invertir en una nueva forma de producción y consumo que sea sostenible para nuestra sociedad y para la de nuestros hijos, pero a su vez debemos contener a aquellos a los que el cambio golpea más duro.

Carlota Pérez de la London School of Economics define claramente que “la tecnología solo define el espacio de lo que es posible, pero crear un entorno donde todos se beneficien es una elección sociopolítica”.[1] Como siempre, somos los artífices de nuestras circunstancias. Para que la economía colaborativa funcione como sistema (para todos) debemos pensar que la responsabilidad debe ser colaborativa también.

Hoy son los taxistas los que le declaran la guerra a los conductores de UBER. Mientras, una spin-off del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT), Nutonomy, acaba de anunciar que sus coches autónomos (sin conductor) ya están rodando en las calles de Singapur, y en unos años lo harán en varias ciudades del mundo. ¿Se enfrentarán entonces los conductores de UBER a… robots? La velocidad a la que todo cambia es vertiginosa. No hay tiempo para detenernos en luchas estériles, trabajemos por encontrar soluciones sostenibles que incluyan a todos y mejoren nuestras vidas.

 

REFERENCIAS

BELK, Russell. “You are what you can access: Sharing and collaborative consumption online”. Journal of Business Research, 2013.

ESTEVE, Jaume. “La economía colaborativa no crea empleo genera esclavos”. El Confidencial, agosto 2016.

GARCÍA VEGA, Miguel. “La imparable economía colaborativa”. El País, junio 2014.

NICA Elvira. “The social sustainability of the sharing economy”. Economics, Management, and Financial Markets, 2015.

MARTIN, Chris et Al. “Commercial orientation in grassroots social innovation: Insights from the sharing economy”. Ecological economics,  agosto 2015.

MARTIN, Chris. “The sharing economy: A pathway to sustainability or a nightmarish form

of neoliberal capitalism? Ecological Economics, diciembre 2015.

MOROZOV. “The sharing economy undermines workers rights”. Financial Times, 2013.

PUSHMANN, Thomas. “Sharing Economy”. Springer Fachmedien Wiesbaden, 2015.

RICHARDSON, Lizzie. “Performing the sharing economy”. Geoforum, Cambridge, 2015.

ROMERO Y GARCÍA. “Economía colaborativa: la revolución del consumo mundial”. Revista UNO, 2015.

RUSELL, Jon. “MIT spinout NuTonomy just beat Uber to launch the world’s first self-driving taxi”. TechCrunch, agosto 2016.

INSTITUTO DE EMPRESA Y FOMIN. “Economía colaborativa en América Latina”. Madrid, 2016.

WALSH, Bryan. “Today’s Smart Choice: Don’t Own. Share”. Time, marzo 2011.

PWC Report. “The Sharing Economy”, 2015.

THE ECONOMIST. “The rise of the sharing economy”. Marzo 2013

JOURNAL RESOURCE. “Uber, Airbnb and consequences of the sharing economy: Research roundup”. Junio 2016

[1] Sobre el tema véase el artículo de Carlota Pérez en la Revista Integración & Comercio.