Después de la severa crisis financiera de 2008-2009, el espacio de coordinación del G20 tomó un mayor protagonismo en la discusión de la compleja agenda de la economía mundial. Al mismo tiempo, distintas instancias de la sociedad civil han incrementado su participación en los temas de esa agenda, enriqueciendo sus contenidos. En esta línea, se produjo en Buenos Aires el 29-30 de noviembre pasado el “Diálogo de alto nivel sobre arquitectura financiera internacional: ética y economía”, una actividad enmarcada en el hecho de que Argentina será la sede de la Conferencia del G-20 en 2018. El evento contó con el auspicio del Ministerio de Relaciones Exteriores de la República Argentina, el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), el Banco de Desarrollo de América Latina (CAF), el Instituto para la Integración de América Latina y el Caribe (INTAL) y de un abanico de entidades: Caritas América Latina, el Programa Internacional sobre Democracia, Sociedad y Nuevas Economías (PIDESONE), el Centro Regional Ecuménico de Asesoría y Servicio (CREAS), la Red Mundial de Ética – Globethics y la Comisión Episcopal de Pastoral Social (CEPAS).
El Diálogo fue inaugurado en el Palacio San Martín de la Cancillería Argentina, participando en la apertura el Vicecanciller Carlos Fodadori, el Secretario de Culto, Santiago de Estrada, el Presidente de la Comisión Episcopal de Pastoral Social Argentina, Monseñor Jorge Lozano, la Directora de la Comunión Mundial de Iglesias Reformadas, Dora Ester Arce Valentín, el Representante del PNUD, René Mauricio Valdés, el Oficial de Desarrollo Institucional de CAF, Jorge Srur, y el Director del INTAL-BID, Gustavo Beliz.
El evento comprendió cinco paneles dedicados al análisis de los ejes: “Eco-economía y economía del bien común global”, “Desigualdades estructurales, automatización y empleo, protección del trabajo”, “Financiamiento del crimen y corrupción público-privada”, “Responsabilidad social corporativa” y “Financiamiento para el desarrollo de países y personas”.
Los temas tratados en esos paneles pueden ser agrupados en dos grandes áreas de discusión:
- Los conceptos y los objetivos del desarrollo y del bienestar
- Los vínculos conceptuales y normativos entre ética, economía y finanzas
- Desarrollo y bienestar: conceptos multifacéticos, métricas multidimensionales
Esta área de trabajo reunió aportes desde la perspectiva de varias disciplinas y giró en buena parte sobre la discusión acerca del concepto y las métricas del desarrollo, el bienestar y la pobreza. Sobre la base de la metodología desarrollada por el PNUD referida a los Objetivos de Desarrollo Sostenible (y la Agenda 2030, lanzada por ese organismo en 2015),[1] se discutieron las limitaciones de la métrica del crecimiento centradas en el concepto de Producto Interno Bruto. Las insuficiencias de este indicador se relacionaron, entre otras cosas, con las limitaciones para establecer dimensiones de largo plazo (por ejemplo, por las dificultades de contabilización de los efectos del crecimiento sobre la sostenibilidad ambiental, incluyendo el agotamiento de los recursos naturales) y la discutible identificación entre crecimiento y bienestar que postula. Este último aspecto deja por fuera cuestiones como la calidad del empleo y los niveles de desigualdad, y subestima los efectos de largo plazo de formas de consumo que podrían resultar insostenibles (“la cultura del descarte”). Las discusiones conceptuales referentes a las métricas del desarrollo también involucran a la medición de la pobreza.
En términos propositivos, se abogó por la adopción de criterios multidimensionales de medición, capaces de captar una diversidad de aspectos que sustentan el bienestar humano en una visión de largo plazo. Sin duda, las dificultades metodológicas a remontar son grandes. A su vez, esta discusión hace patente la necesidad de lograr políticas públicas más eficientes, de mejorar las instituciones y los sistemas fiscales de modo que estas políticas puedan generar un impacto positivo a nivel tanto social como laboral y en los niveles de equidad. Un tema emergente de la discusión son las múltiples ramificaciones que tienen las incipientes tendencias a una mayor automatización de la producción, con la creciente incorporación de robots en varios sectores, particularmente en los países desarrollados y en China. Las implicaciones para la región, tanto en términos de su matriz productiva, como de sus modalidades de inserción internacional, fueron abordadas en el caso de Uruguay, enfatizando en los desafíos crecientes para la diversificación exportadora.
- Economía y ética: ¿un jardín de senderos convergentes?
La segunda gran área de trabajo apuntó a la conexión entre ética y economía y las implicaciones de este vínculo en al menos tres aspectos: la arquitectura financiera internacional, finanzas e inclusión financiera y responsabilidad social empresaria.
Así como en la primera temática, las intervenciones discutieron las nociones convencionales de desarrollo y bienestar, en este segundo aspecto, el vínculo entre la ética y los principios económicos no se dio por sentado. El diálogo abordó varias líneas de investigación que ponen de manifiesto cómo el funcionamiento económico no puede estar exento de un marco ético. Los criterios de valoración de una economía no deberían detenerse en parámetros puramente endógenos a su funcionamiento sino establecer nociones más complejas de eficiencia, que tomen en cuenta valores éticos, en función de una economía que sea sustentable en términos sociales y ecológicos.
Flujos financieros internacionales que en ocasiones han dado lugar a fenómenos de inestabilidad o sobreendeudamiento (con dolorosas consecuencias posteriores para amplios sectores) hacen pensar que la arquitectura global que los cobija debe tener guías éticas basadas en valores superiores que apunten a minimizar costos de esa índole. Un ejemplo extremo de la necesidad de fundamentos y regulaciones éticas de la economía señala la existencia de redes criminales y de corrupción que logran expandirse en la medida en que la política pública y acuerdos de cooperación regional o global se quedan cortos para establecer las necesarias regulaciones a estas actividades.
Por otra parte, también en materia financiera, surge el imperativo ético de garantizar una inclusión de grandes segmentos de la población dentro de canales de financiamiento, permitiéndoles apalancar actividades, en muchos casos, realizadas informalmente y con baja productividad. La canalización de parte del ahorro a esas actividades requiere repensar los criterios de funcionamiento de esos mercados dentro de un marco ético más amplio, donde la economía está en función del mejoramiento del bienestar humano y no es un fin en sí misma. De la misma forma, los esfuerzos de crecientes segmentos del empresariado para ejercer su actividad dentro de un marco de responsabilidad social fueron tratados en el evento. En conclusión, una convergencia de ética y economía parece ser uno de los requisitos de un desarrollo inclusivo y sustentable en el largo plazo.
[1] Véase Basco, A. en esta edición de Conexión INTAL.