¿Cómo añadir valor a nuestros recursos naturales? ¿Cómo transformar la biomasa en el motor del desarrollo económico? ¿Qué lecciones podemos aprender de otros países exitosos? Bajo estas tres premisas se llevó a cabo el Seminario Internacional “Bioeconomía y desarrollo: oportunidades a través de la cooperación entre los países nórdicos y el Cono Sur”, que tuvo lugar el 18 y 19 de octubre y contó con la presencia de importantes expertos de más de una decena de países nórdicos y de la región.
La apertura estuvo a cargo de Gustavo Beliz, Director del Instituto de Integración (INTAL) del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), quien remarcó la necesidad de contar con un crecimiento basado en ventajas innovativas. “Debemos superar el antiguo precepto de las ventajas comparativas de nuestros recursos naturales para ir hacia un paradigma donde predomine la innovación”, dijo Beliz. De esta manera, se podrán aprovechar las oportunidades que “una conjunción virtuosa” de los recursos naturales y el conocimiento abre para la región, brindando nuevas posibilidades de un desarrollo ambiental sostenible.
Beliz se refirió también a otras dimensiones de la economía que emergen para el futuro inmediato: como la economía circular, que prescinde de la idea del desecho; la economía de la atención, que promueve los nuevos valores a través de las redes digitales; y la economía del cuidado, como puente entre generaciones para que ningún sector sea objeto del descarte.
También en el acto de apertura, Ruth Ladenheim, directora del Centro Interdisciplinario de estudios en Ciencia, Tecnología e Innovación (CIECTI), institución organizadora del seminario, dijo que “está claro que en la Argentina abundan los recursos naturales y que, a través de la plataforma transversal de la bioeconomía, tenemos una ventana de oportunidad para escalar en productividad y en sostenibilidad ambiental y social”. Agregó que “en el país abundan también los recursos de la ciencia que se expresan en las actividades de investigación del sistema científico-tecnológico y en más de doscientas empresas biotecnológicas en actividad”. Asimismo, Ladenheim enfatizó la importancia del Seminario como “un escenario donde podremos analizar la coincidencia de intereses de la región con los países nórdicos en la importancia de los recursos naturales y la innovación, intereses comunes que abren canales de cooperación y colaboración relevantes para el futuro inmediato”.
El primer panel describió el contexto global para preguntarse si la bioeconomía es un paradigma emergente. Entre los interrogantes que abordaron los expertos se destacan los dilemas sobre los principales drivers del sector, el papel de la producción e innovación del conocimiento científico para su despliegue en el contexto de cambio tecnológico acelerado, las oportunidades y desafíos más importantes que enfrentan los países de América Latina; y por qué la cooperación entre los países nórdicos y del Cono Sur podría contribuir significativamente al desarrollo del nuevo paradigma.
Alejandro Mentaberry, de la Secretaría de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva de Argentina, sostuvo que el camino a la bioeconomía no es un camino espontáneo, “necesita de la intervención del Estado. La ciencia y la tecnología por sí solas no van a cambiar la realidad, pero aplicarlas con inteligencia nos permitirá resolver problemas acuciantes en el mediano y largo plazo”. El funcionario explicó las acciones que se llevan adelante desde el gobierno argentino, el mapeo de empresas del sector y las acciones de innovación “para consolidar el liderazgo de más de treinta años de experiencia en el rubro”, dijo.
Según Mentaberry, la bioeconomía es interesante, porque es la creación de valor a nivel territorial. Las economías regionales deben verse también como inserción de los territorios en el mundo. Por otra parte, reconoció que “el sistema de investigación ha madurado en el país. Hemos logrado capacidades en todos los campos críticos de la biotecnología, que no es solo la transgénesis y tiene 20 campos más. La bioeconomía ya abarca el 15% del PBI, lo que se logró por generación espontánea y sin políticas articuladas. Si se lo hiciera con cierta planificación y articulación, mejoraría mucho más la actividad de este sector clave”, dijo.
Luego fue el turno de los especialistas extranjeros, que vinieron especialmente al evento desde Noruega, Finlandia, Islandia y Dinamarca entre otros países. John Kettle, del Instituto LUKE finlandés, aseguró que la bioeconomía representa el 16% del PIB de su país, y que gran parte del aporte responde al tratamiento de residuos, al sector forestal y a las energías renovables.
Según Kettle, “hay muchas lecciones que los países de América Latina pueden aprender de los países nórdicos. Por ejemplo, es importante que en las primeras etapas de desarrollo las empresas reciban incentivos, en forma de subsidios por ejemplo, para poder crecer y posicionarse. Y que estos incentivos permanezcan para políticas de innovación”, aseguró el especialista.
En tanto que Margrethe Balling Hostgaard, Aarhus University Centre for Circular Bioeconomy, Dinamarca, destacó la importancia de ver la producción de alimentos como un ciclo con diferentes etapas. “Nos interesa la producción de granos para alimentar a cerdos y pollos, de modo de tener una economía sustentable y alimentos ricos en proteínas”, sostuvo la especialista.
De la conversación también participaron Pål Börjesson, de Lund University de Suecia, Eli Moen, de Norwegian Business School, Noruega, Adrian Rodríguez, de CEPAL y Lucia Pittaluga, de Universidad de la República, Uruguay.
Rodríguez manifestó que dentro de lo que se conoce como bioeconomía hay rubros muy distintos, con distinta capacidad de incorporar valor agregado y diferente competitividad externa.
Mientras que Pittaluga aseguró que la bioeconomía será uno de los sectores que más riqueza producirá en los próximos años. “Por eso necesitamos que desde el Estado se creen los mecanismos de redistribución apropiados para evitar la concentración del ingreso en pocas manos, propietarias de los recursos naturales”, concluyó.
El siguiente panel fue dedicado a la bioeconomía forestal, donde se respondieron cuestiones vinculadas a la situación de las áreas promisorias de bioeconomía forestal en Argentina y otros países del Cono Sur en términos de la intensidad de conocimiento tecnológico e innovación; cuáles son las principales necesidades y brechas que enfrentan esos países para priorizar estratégicamente el desarrollo de áreas forestales clave; en qué ámbitos del manejo forestal y de qué manera la cooperación con los países nórdicos podría ayudar a desarrollar capacidades en el Cono Sur para impulsar iniciativas estratégicas basadas en los bosques.
Participaron de la conversación Antti Asikainen, del Instituto LUKE Finlandia, Leonardo Andreassi, CIEFAP de Argentina, Ola Wallberg de Lund University, Suecia, Antonio Geraldo de Paula, CGEE, Brasil; Federico Rehereman, del Centro de Investigación de OPP Uruguay y Teppo Hujala, University of Eastern Finland, de Finlandia.
Durante la charla, Wallberg aseveró que la industria forestal requiere grandes inversiones en plantas de producción, y las empresas se han mostrado renuentes a cambiar la producción del producto. “En los últimos 10-15 años hemos visto una disminución en la demanda de papel”, reconoció. “Se necesitan nuevos productos, preferiblemente de la misma infraestructura de producción, para mantener a las compañías en operación. Productos como biocombustibles, bioquímicos, celulosa especializada, y también son necesarias nuevas tecnologías de conversión”, dijo.
Por su parte Hujala ponderó la cooperación entre países del Cono Sur y los países Nórdicos. Según dijo, es necesario hacer un análisis de redes de valor en equipos internacionales, así como una serie de talleres elaborando resultados de investigación con grupos de interés. “Hay que estudiar los mecanismos de innovación y de inclusión de las Pymes a las cadenas de valor en torno a los bosques de pino, y acelerar el intercambio de investigadores y profesionales entre el Cono Sur y los países nórdicos, avanzando en la experiencia intersectorial y cultural, y en proyectos conjuntos de doctorados”, recomendó.
Más tarde se conformaron grupos de trabajo sobre nuevos materiales, explotación de desechos forestales, bioenergía forestal y I+D en bioeconomía, con foco en nuevas tecnologías basadas en la agricultura y el escalamiento tecnológicos de productos y procesos de biomasa agrícola, biocombustibles y nuevos alimentos. En esos grupos de trabajo se abordaron cuestiones clave como las nuevas capacidades de gestión agrícola, los nuevos nichos de productos y bioproductos y la transición hacia una economía circular.
Además de los expositores de los primeros paneles de sesiones plenarias, participaron del intercambio Magdalena Borges, Ministerio de Agricultura, Uruguay; Eduardo Trigo, Consultor Secretaría de Agroindustria, Argentina, Hordur G. Kristinsson, del Centro Matis de Icelandia y Dele Raheem, University of Lapland, Finlandia.
La segunda jornada estuvo centrada en la bioeconomía azul, y el desarrollo de capacidades e iniciativas para una mayor explotación de los recursos biológicos de agua. Los especialistas respondieron sobre la situación de la explotación de la amplia biodiversidad del agua tanto en el cono sur como en los países nórdicos, en qué dimensiones de la gestión de los recursos biológicos hídricos se han centrado y realizado avances positivos esos países y cuáles son los principales cuellos de botella y la necesidad de recursos que enfrentan esos países para priorizar estratégicamente y fortalecer el uso de la biodiversidad del agua; así como la bioremediación para el agua limpia.
Durante los diálogos de conclusiones, los participantes tendieron a coincidir con que se puede esperar que la transición a la bioeconomía implique un alto grado de cambio estructural y se produzca durante un largo período de tiempo, que probablemente involucre gran parte del siglo XXI. Sería también esperable una disminución de los productores de combustibles fósiles y un aumento de los productores de biomasa y que el balance de ventajas de la transición se incline más hacia los proveedores de conocimiento que hacia los proveedores de biomasa.
Sin embargo, no faltaron advertencias para los países con un nivel de desarrollo económico muy bajo, donde la bioeconomía podría conducir a un tipo diferente de maldición de los recursos naturales. Incluso entre los países con un nivel relativamente alto de desarrollo económico, podría haber posibles reorganizaciones dependiendo de su distancia de la frontera científica y tecnológica y de la presencia de brechas de conocimiento que conduzcan a cuellos de botella en la producción.